¿Punto final?

por Gustavo Esteva – Prevalece en todas partes ánimo de funeral, pero el intento de identificar al muerto genera confusión y controversia. Nadie sabe con certeza qué fue lo que murió en la peor crisis económica desde 1929. La lista que sigue incluye sólo los cadáveres favoritos.

Neoconservadores republicanos. El pequeño grupo mafioso, dogmático y cínico que controló y definió la gestión del presidente Bush pasa junto con él a la historia. En el acta de defunción se le registra ya como uno de los peores dirigentes de la historia de Estados Unidos. Salen también por la puerta trasera quienes lo acompañaron en la aventura. Sin embargo, tanto la ideología como los intereses que con ese grupo adquirieron extravagante prominencia todavía están ahí y bajo ciertas circunstancias podrían recobrarla.

Fundamentalismo de mercado. George Soros bautizó de esa manera una serie de actitudes y políticas que en la última década dominaron la orientación económica de Estados Unidos y contaminaron al mundo entero. Con ignorancia, irresponsabilidad y mala fe se pregonó un catecismo económico centrado en la especulación financiera y la concentración sin precedente de la riqueza. El falso debate sobre gobierno/libre mercado, para reivindicar el valor supremo de “la mano invisible”, ha concluido. Se reconocerá de nuevo que los gobiernos crean los mercados y que éstos no pueden existir sin regulación. Hasta McCain, que defendió la desregulación a lo largo de toda su carrera política, se ha visto obligado a adoptar ahora una actitud populista, denunciando la corrupción de Wall Street y exigiendo mayor supervisión gubernamental de los mercados. No parece posible que este muerto resucite.

Neoliberalismo. La etiqueta se pegó descuidadamente sobre muy diversas posturas, pero sólo corresponde, en rigor, al paquete de políticas asociado con el llamado Consenso de Washington. No eran políticas nuevas ni propiamente liberales, pero se extendieron desde Estados Unidos y América Latina al mundo entero. El Consenso se rompió mucho antes de esta crisis. Tocó al Banco Mundial, uno de sus principales promotores, enterrarlo con honores en su más reciente informe. Los gobiernos de Colombia y México son quizás los únicos en el mundo que aún siguen vergonzosamente atados a él. No puede atribuirse a la crisis el agotamiento de esta orientación, que da ya sus últimas boqueadas, pero por ella cobrarán nueva fuerza algunos de sus componentes, como la prudencia fiscal y monetaria. Su previsible aplicación en Estados Unidos despierta ya sorpresa y preocupación. Cuando el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea le prescribieron consejos recetados por décadas a todos los países, algunos legisladores los consideraron un atentado a la soberanía estadunidense.

La posición de Estados Unidos en el mundo. Es éste el cadáver más difícil de certificar y exige examinar por separado sus partes.

a) Es claro que Wall Street dejó de ser el centro financiero mundial. No será sustituido por otro: la pluralidad de centros financieros será sello de la nueva geopolítica multilateral.

b) La capacidad imperial de Estados Unidos, que nunca se basó en las armas, aunque la empleó a menudo, estaba seriamente en entredicho desde hace años. La evolución reciente de América Latina da testimonio del proceso. Con esta crisis pasó simbólicamente a la historia. Ningún imperio puede sostenerse a base de préstamos.

c) La muy pospuesta reforma del sistema financiero internacional deberá crear, a la brevedad, dispositivos en que el dólar no tendrá ya la posición que aún se le atribuye.

d) Si la nueva administración estadunidense abandona la pretensión imposible de continuar un ejercicio imperial que carece ya de sustento económico y político, algo que no está claro con McCain/Palin, Estados Unidos podrá recuperarse paulatinamente de la crisis y ocupar el sitio que le corresponde en el escenario mundial.

La crisis actual no lleva por sí misma a su término la larga agonía del régimen capitalista, en la que estamos desde hace décadas. Sin embargo, no parece posible hacer lo que se requiere para posponer indefinidamente su colapso. La coyuntura se define por una compleja red de desastres económicos, sociales, ecológicos y financieros, creados por la arrogancia que caracterizó a los vencedores de la guerra fría y contaminó a dirigentes de todo el mundo. El ánimo de transformación es profundo y extendido. Alimenta por todas partes la esperanza. No obstante, es tal la magnitud y profundidad de los cambios que es indispensable realizar, y tan fuerte el peso de los intereses que se les oponen y de diversos fundamentalismos ideológicos, que resulta casi imposible intentarlos. Es sensato, por ello, prepararnos para turbulencias aún más severas que las actuales, no exentas de violencia, que estarán tan cargadas de oportunidades como de los inmensos peligros habitualmente asociados con el fin de una era.
G. Esteva es una analista mexicano. Publicado originalmente en el periódico La Jornada (México) el 6 octubre 2008.