por Juan Bordera –
Durante tres días, del 15 al 17 de mayo, el Parlamento Europeo acogió un evento histórico. El Woodstock del poscrecimiento, lo han llamado algunos.
En el ciclo de conferencias Beyond Growth, organizado a mediados de mayo por 18 europarlamentarios de distinto color, muchas de las mejores cabezas del planeta al respecto de la cuestión del decrecimiento-poscrecimiento debatieron con algunos de los políticos más importantes del continente.
A la presidenta del Parlamento, Roberta Metsola, y a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, no les tocó el papel de malas de la película. Eligieron representarlo. Ante un público que abarrotaba el hemiciclo, y muy favorable a abandonar los eufemismos –al menos durante tres días–, Metsola y Von der Leyen decidieron abrir el evento con un gran jarro de agua fría. Metsola defendió la necesidad de promover más crecimiento en la apertura de un evento diseñado, por fin, para lo contrario. Von der Leyen fue más hábil y al menos concedió que «el modelo de crecimiento fósil está obsoleto».
Tras Metsola y Von der Leyen, la doctora en Políticas Sociales y profesora de Bienestar Sostenible en la Universidad de Leeds Milena Buchs apostó por tasar la riqueza (stock) y no tanto los ingresos (flujo), para favorecer el funcionamiento transicional del propio sistema. El economista Simone D’Alessandro, docente del departamento de Economía y Gestión de la Universidad de Pisa, introdujo una cuestión también crucial, el gasto militar. Cada euro gastado en aumentar los ya inflados presupuestos militares nos aleja de una solución coordinada al mayor reto que enfrenta la humanidad: la catástrofe ambiental.
Otro gran debate se dio con el tema del lucro. La idea de contener el lucro dentro de unos parámetros de sostenibilidad, defendida por D’Alessandro, contrastó con la de tratar de erradicarlo –defendida por el economista de la Universidad de Lund Timothée Parrique–. Simplicidad y suficiencia fueron dos palabras que también se escucharon muchas veces, especialmente en la boca de una de las autoras del último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), Yamina Saheb. En esa línea, el profesor de Economía Ecológica y Ambiental de la Universidad de Leeds Dan O’Neill aportó la propuesta de establecer salarios máximos, y se apostó por fomentar al máximo el cooperativismo y la economía social.
Las luchas decoloniales estuvieron también muy presentes, así como el feminismo y la economía de los cuidados. La activista india Vandana Shiva fue quien expuso el dato que más debería avergonzar al mundo «civilizado»: el 80 por ciento de la biodiversidad está en manos de los pocos pueblos indígenas que hemos permitido que sobrevivan.
De ese debate, otra obviedad: decrecer es una cuestión urgente solo para los países ricos, porque así van a liberar espacio para que otras naciones puedan desarrollarse, crecer, y de esta forma encontrarse en una suerte de economía de estado estacionario o poscrecimiento. Este punto fue compartido mayoritariamente: Europa –junto con sus descendientes, Estados Unidos y Australia– ha sido la mayor beneficiada históricamente por la colonización.
Benoît Lallemand, secretario general de la ONG Finance Watch, lo expresó cristalinamente: nunca hemos hecho una transición energética, solo hemos añadido cada vez más fuentes al mix energético. Por otra parte, uno de los materiales más cruciales para la transición energética, el cobre, ya está dando signos claros de alcanzar los límites de su producción, demostrando que muchos tecnosueños, una vez que se hacen unos pocos números, son más bien pesadillas. Sandrine Dixson-Declève, copresidenta del Club de Roma, dijo una de esas frases destinadas a ser recordadas: «La única tecnología que puede salvarnos por sí misma es una máquina del tiempo que nos vuelva atrás 50 años».
Respecto al PBI como medida de buena salud económica, el debate crucial lo plasmó Parrique en dos frases: «Lo que hay que desacoplar son las necesidades humanas del crecimiento económico». Cuando el PBI va hacia arriba, la naturaleza y los ecosistemas que sostienen la vida van hacia abajo. La verdadera pregunta es: «¿Cuál de los dos queremos salvar realmente?».
En una magistral intervención, la economista política británica Ann Pettifor, miembro del Consejo del Foro de Economía Progresista y presidenta del consejo asesor del Centro de Investigación de Economía Política del Goldsmith’s College, abogó por «volar el oleoducto del dinero fácil» que estructuralmente favorece la concentración de riqueza. La autora del IPCC Julia Steinberger y el antropólogo Jason Hickel eligieron hablar de democratización, de asambleas ciudadanas, de un sistema político actual obsoleto, corrompido por el poder económico y sujeto al cortoplacismo electoral. Solo mediante la democratización radical podemos albergar esperanzas de maniobrar a tiempo, afirmaron. La brecha entre ciencia y política, que este evento ha puesto aún más de relieve, solo se podrá cerrar con más democracia, o con su antagonista.
Uno de los mayores responsables de que este ciclo de conferencias tuviera lugar fue el presidente del evento y copresidente de los Verdes Europeos, Philippe Lamberts, que pidió que este tipo de instancias se den en los parlamentos de los distintos países. Se podría hacer un artículo entero solo con sus aportes. Destacaré uno: «Si fallamos a la hora de reducir el metabolismo de nuestras economías, lo que vendrán serán más autoritarismos y dictaduras».
Publicado originalmente en CTXT de España; la presenta versión es un resumen de semanario Brecha de Uruguay.