Por Sebastián Campanario – Pocos académicos están dedicados a estudiar el fenómeno de la economía asociada a las monedas virtuales; descentralizar y quitar intermediarios, dos claves de las nuevas prácticas
A fines de los 60, el economista Thomas Schelling popularizó un análisis que mostraba cómo una ciudad, inicialmente integrada, podría terminar segregada con tan sólo imponer como regla «suave» que los habitantes tuvieran una «leve preferencia» por vivir rodeados de gente de su mismo grupo étnico. Gráficamente, el modelo se reflejaba en una suerte de tablero de ajedrez, en el que los casilleros de un mismo color se van juntando. Schelling falleció en diciembre de 2016, recibió el Nobel en 2005, y aunque su modelo del tablero de ajedrez fue sumamente creativo y pronosticó con bastante precisión la formación de guetos en las ciudades estadounidenses, nunca fue parte de la corriente principal de la discusión económica.
Su figura, en cambio, gana protagonismo en el nuevo Salvaje Oeste de la economía académica, la criptoeconomía (o economía asociada a las criptomonedas y al blockchain, la arquitectura de software que está por detrás), un territorio tan nuevo y estrambótico que se cree que hay menos de cien verdaderos expertos en el tema a nivel global. Impulsado en primer término por gente del ámbito tecnológico (el bitcoin, la principal moneda digital, nació recién en 2009), este campo recibe cada vez a más economistas que llegan para aportar su expertise, principalmente desde la teoría de los juegos (por eso Schelling es un referente ineludible), pero también desde el diseño de esquemas de incentivos, subastas, finanzas, economía del comportamiento, etcétera.
«La criptoeconomía es una combinación de criptografía, ingeniería de redes, teoría de los juegos y otras teorías de la economía para construir sistemas seguros», la define Federico Ast, graduado en Economía y en Filosofía por la UBA, emprendedor e impulsor de Crowdjury, una plataforma de arbitraje para resolver conflictos con inteligencia colectiva. No se sabe si Satoshi Nakamoto, el inventor de bitcoin, es economista o no, pero tuvo que definir un sistema de incentivos para que los participantes de la red se comporten «correctamente», un desafío habitual en modelos económicos.
Más allá de las monedas virtuales, como bitcoin o ethereum, la arquitectura de software que está por detrás -el blockchain- es una «tecnología política y social» que se está utilizando para crear esquemas sin una autoridad central, donde la confianza emerge de la estructura de la red, y puede usarse para distintos fines, desde certificación de títulos de propiedad hasta trasferencias de ayuda humanitaria.
«El aspecto más importante a nivel económico va a ser el de la descentralización y desintermediación de varios sectores de la economía, con la posibilidad de intercambiar bienes entre personas en forma segura sin la necesidad de una autoridad central, un desafío tradicional de la ciencia económica que ahora es tecnológicamente factible de resolver», dice Rodrigo Iervolino, un argentino que vive en Berlín y arma hoy un fondo de empresas basadas en blockchain.
Para el economista de la UBA Alejandro Sewrjugin, la criptoeconomía podrá usarse en el mediano plazo para atacar problemas globales como la desigualdad. Sewrjugin, propulsor del esquema Economía Phi, destaca que «el blockchain nos humaniza porque nos permite hacer conexiones y transferencias de persona a persona».
Los (poquísimos) papers sobre criptoeconomía hacen alusión a los esquemas de Schelling y a otras dinámicas clásicas de la teoría de los juegos, como el dilema del prisionero o el problema de los generales bizantinos, donde hay que fijar incentivos para que una parte no «traicione» al resto con un comportamiento incorrecto -robar bitcoins, hackear alguna billetera- y eche todo a perder. Por eso el debate entre criptoeconomistas hoy gira, en buena medida, en torno a la discusión de si los seres humanos son en su mayoría egoístas o altruistas (aquí aparece la conexión con la economía del comportamiento).
El argentino Claudio Tessone es físico en su formación de base, pero tiene un posgrado y un doctorado en economía, y da clases en la Escuela de Negocios de la Universidad de Zurich, con especialidad en «Sistemas Complejos Socio-Económicos». «La economía de blockchain es un tema sobre el que estoy desarrollando bastante investigación», cuenta a LA NACION Tessone, desde Suiza. «Hay muchos temas que son interesantes. Y van desde actividad económica dentro de la economía de bitcoin (y otras plataformas basadas en blockchains, como Ethereum), los incentivos que fueron impresos en estas monedas digitales cuando fueron diseñadas, y cómo éstos terminan condicionando la manera en que usuarios adoptan (o se comportan) dentro de las mismas. Y estoy interesado en los mercados de intercambio y sus aspectos financieros, siendo que son activos a priori completamente especulativos», dice.
Para el profesor de la Universidad de Zurich, la formación de los economistas trae aparejados varios prejuicios. «Hay que entender que bitcoin solucionó un problema que no pudo ser resuelto antes en toda la historia de la humanidad: un sistema descentralizado de traspaso de propiedad (como un caso particular de almacenamiento de información) que funciona incluso en ausencia de confianza entre sus participantes. El sistema de blockchain es difícil de entender para alguien con formación en una ciencia social como la economía, especialmente para los más dogmáticos. Eso explica que la primera reacción de los economistas sobre bitcoin (y blockchains) fue -es- de mirarlo con bastante de desdén o como una nueva burbuja pasajera.», dice Tessone.
El físico es muy optimista sobre el futuro de la criptoeconomía: «El funcionamiento exacto de blockchain no puede explicarse en pocas palabras y eso crea desconfianza en algunos. Hay que recordar que el problema es complicado, pero en la vida cotidiana estamos rodeados de tecnologías que no entendemos y simplemente usamos. Pero cuando hay algo con valor monetario de por medio, la gente es más reluctante a su aceptación.»
El interés en la profesión es creciente y se inscribe dentro del aumento de la participación de economistas en áreas de la nueva economía: gigantes como Amazon, Google o Facebook contratan economistas por sus habilidades en estadística, diseño de mercados, subastas y, especialmente, porque son buenos «conectores» entre las áreas de tecnología y el resto de los sectores de las compañías.
En un artículo titulado «Cryptoeconomics 101» publicado en junio, el inversor en tecnología Nick Tomaino estimó que en este terreno emergente hay no más de cien «verdaderos expertos» en la actualidad. «No creo que haya un campo más promisorio para que los jóvenes economistas -o personas sin educación formal- se pongan a estudiar, sobre todo porque el conocimiento y las herramientas se encuentran en forma gratuita en plataformas como Reddit, Slack, Twitter, Github, Coursera o YouTube».
Publicado originalmente en La Nación(Argentina), 20 de agosto 2017, aquí…