por Carolina Villalba – El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) surgieron en 1944 como resultado de los acuerdos de Bretton Woods celebrados al final de la segunda Guerra Mundial. Su objetivo inicial era reconstruir una Europa devastada por la guerra y “salvar” al mundo de sucesivas crisis económicas. Pero en poco tiempo se convirtió en la institución financiera más importante del mundo.
A lo largo de las décadas el FMI ha cambiado. Si bien fue fundado bajo ideas que apuntaban a manejar las fallas del mercado y reconocían la necesidad de la intervención estatal para crear empleo (concepciones keynesianas); se volvió cada vez más reacio a esas intervenciones estatales y más proclive a medidas de mercado clásicas. El FMI pasó a identificarse con las ideas del Consenso de Washington. Todo gobierno que requiere la ayuda del FMI está condicionado a cumplir las políticas “sugeridas” por la institución, que pueden resumirse en tres puntos: equilibrio fiscal, liberalización comercial y financiera, y privatizaciones.
En este sentido, sucesivos presidentes del FMI han señalado que los países subdesarrollados no alcanzarán al primer mundo “sin sufrimiento”. Esas medidas y ese sufrimiento giraron alrededor de una obsesión en el control inflacionario, en las privatizaciones y la liberalización de los mercados. La teoría que siempre se alentó fue que el crecimiento económico era primero y luego la sostenibilidad social vendría sola. Finalmente, el crecimiento económico genera beneficios que “gotean” o “chorrean” hacia los más pobres.
Sin embargo, el tiempo no les ha dado la razón y el crecimiento por sí mismo no ha beneficiado a los más necesitados. En particular, en América Latina los países se han endeudado y la desigualdad persiste. Todo esto ha provocado que cada vez más países estén adoptando medidas activas para revertir tal situación, muchas de las cuales están alejadas de las recetas del Fondo. Algunos han cancelado sus deudas con el FMI, y más allá de compartirse o no ese proceder, lo cierto es que lo han hecho buscando desprenderse de esas “condicionalidades” y de las misiones de inspección. Estas y otras medidas han llevado a hablar de una pérdida continua de poder del organismo.
Aun cuando el FMI todavía ejerce mucho peso sobre los países pobres –por ejemplo, en el África al sur del Sahara– su influencia en los países de mediano ingreso ha caído en picada. Esto ha llevado a que se perciba que el Fondo es, ahora, casi una sombra de lo que era antes. Prácticamente desde la crisis asiática de 1997 el organismo no ha logrado volver a colocar préstamos contingentes en la región. Tailandia, Filipinas, China e India han tomado prudente distancia de la ayuda del FMI, advertidos de las consecuencias de los programas de las décadas pasadas.
En el mismo camino, Brasil y Argentina cancelaron todas sus deudas con el organismo. Uruguay también se ha sumado a esto en forma parcial, con cancelaciones continuas y anticipadas de sus compromisos. Todo lo anterior se ha reflejado en una caída de ingresos por concepto de intereses, que ha sido calculada en una pérdida de unos 1800 millones de dólares entre 2005 y 2006 y que tiende a seguir reduciéndose. Cada vez más los países en desarrollo recurren a otras fuentes de crédito; entre ellos, los cuatro más grandes China, Indonesia, México y Brasil.
En setiembre se realizará la Asamblea Anual conjunta del FMI y el BID en Singapur, y se están considerando distintas posturas de reforma y cambios. Allí, los socios del Mercosur podrían sumarse a las propuestas de cambio por el rol cumplido por estos organismos en la crisis financiera que han sufrido recientemente los países en desarrollo. Entre las ideas en discusión está el cambio en el poder de votos dentro del consejo de dirección del Fondo, buscando mayor paridad entre los votos de países industrializados y países en desarrollo.
En el extremo opuesto, los economistas liberales también critican al Fondo ya que alegan que el organismo no ha ayudado a que los países logren un crecimiento sostenible ni a que promuevan reformas de mercado.
Parece ser que definitivamente se reduce la influencia del FMI preso de su propia incapacidad de realizar una autocrítica durante los últimos quince años. El FMI no ha sido reformado, pero su poder para darle forma a las políticas económicas de los países en vía de desarrollo ha sido enormemente reducido.
C. Villalba es economista y analista en CLAES D3E (Desarrollo Economía Ecología y Equidad – América Latina). Publicado en el semanario Peripecias Nº 10 el 16 de agosto 2006.