por Eduardo Gudynas – En América Latina se ha vuelto más y más común hablar de “capital social” y “capital humano”. Esos conceptos han penetrado toda la discusión sobre el desarrollo, sobre las políticas sociales, y hasta la cotidianidad. Pero en realidad refleja cómo las perspectivas y énfasis de una economía clásica, con sus terminologías, se han adueñado de buena parte del vocabulario, los análisis y hasta la política. Apelar al “capital” parece indispensable para ganar legitimidad y se usa en todo tipo de áreas, y para las más diversas formas de gestión y política. Frente a esa situación, cualquier intento de alternativa requiere reconocer este problema, y abandonar ese uso exagerado de la palabra capital.
En efecto, el capital humano aparece en muchas actividades de gestión empresarial, por ejemplo referida a entrenamiento y capacitación (como en España aquí… y hasta en Brasil aquí…). En ese campo, las destrezas de los potenciales empleados son su “capital”.
Incluso, existe un portal sobre capital social que ilustra la gran variedad de recursos involucrados (visitar…). Están las posturas convencionales, claramente vinculadas a la economía, bastante conservadoras, pero hay otras más novedosas, alejadas de ese economicismo, como la de Pierre Bourdieu, pero que de todas maneras vuelve a usar el prefijo “capital”. Para aumentar la vaguedad en estos conceptos, las vinculaciones entre “capital humano” y “capital social” se solapan, y sus diferencias se discuten.
El Banco Mundial, y detrás suyo, el BID, la CEPAL y muchos gobiernos, han usado intensivamente el concepto. Les encanta. Está en sus planes y recomendaciones, y la confluencia de esa influencia con las de los centros universitarios del norte, ha hecho que esas etiquetas hayan permeado buena parte de la gestión pública de los gobiernos latinoamericanos. El Banco Mundial define, en este caso el capital social, como:
“las instituciones, relaciones y normas que conforman la calidad y cantidad de las interacciones sociales de una sociedad. Numerosos estudios demuestran que la cohesión social es un factor crítico para que las sociedades prosperen económicamente y para que el desarrollo sea sostenible. El capital social no es sólo la suma de las instituciones que configuran una sociedad, sino que es asimismo la materia que las mantiene juntas” (ver la cita aquí…).
Como es evidente en muchas de estas definiciones, parecería que se quieren forzar características sociales dentro del paraguas económico del “capital”. Y todo ello sin entrar a discutir las relaciones, diferencias y semejanzas entre “capital social” y “capital humano”.
En general, podría decirse que capital humano ha estado vinculado a las competencias y capacidades de las personas que están relacionadas con su trabajo, la productividad y otras acciones que de manera directa o indirecta están relacionadas con la producción de valor económico. Las personas terminan convertidas en un “factor” de producción, junto a la tierra, tornos o camiones. Mientras que capital social ha derivado hacia otros campos de la sociología, llegando incluso a los estudios sobre redes sociales. Pero a pesar de alejarse en ese sentido, vuelve a caer en el economicismo al plantear que esas redes tienen un cierto valor o utilidad económica. Unas deformaciones similares ocurren con la creación de los conceptos de “capital ecológico” o “capital natural”.
Esa palabra, como muchas otras, no es inofensiva y lleva con ella, como una gran mochila, una serie de determinantes y restricciones. De esa manera, al hablar de capital social o humano, guste o no, quedan abiertas las puertas para tratar a las personas como meros recursos económicos. La educación sería importante, pero ya no como cultivo de la cultura personal o para alcanzar más altos estados en el bienestar, sino como forma de tener obreros mejor entrenados. Se llega a posiciones muy discutibles: la educación será útil si mejora la productividad; la educación es indispensable para sostener esa forma de capital. Siguiendo ese camino, los contenidos “sociales” quedan acotados y determinados por el prefijo del “capital”, y la educación, salud y otras cualidades serán reorientadas a mejorar la productividad económica de los individuos.
Advirtiendo este problema, el filósofo Edward Skidelsky en un comentado artículo desde su columna sobre el significado de las palabras en la revista Prospect, claramente indica que “entre los muchos daños inflingidos por los economistas a la lengua Inglesa, “capital humano” es el más grave”. Recordando que el concepto fue acuñado originalmente en referencia al conjunto de habilidades y capacidades personales que constituyen el valor económico de un trabajador, pasa a advertir que:
“Para ser breves, capital es la riqueza no como un fin en sí mismo pero como un medio para más riqueza. La frase “capital humano” insinúa que los seres humanos también son vistos bajo esta luz –como instrumentos de un proceso productivo. Todos nosotros hemos llegado a un status que Aristóteles reservaba para los esclavos, el de vivir como herramientas. ¡Qué funesto triunfo para la ciencia! Keynes inocentemente supuso que el crecimiento económico tenía el fin del cultivo personal. Sus sucesores modernos lo corrigieron: el cultivo personal es para el bien del crecimiento económico” (traducido del original en inglés; ver…).
Sea entonces “social” o “humano”, o se sigan unas definiciones u otras, el problema con este concepto es el uso abusivo del prefijo “capital”. De esa manera, cualquier estrategia alternativa y crítica debe poner al concepto de “capital” en su justo lugar. Esto no quiere decir rechazarlo, o negarlo, sino que debe estar ubicado allí donde le corresponde, y no engañarse con las pretensiones expandidas a todo tipo de campos y acciones. Y como las dimensiones “humana” y “social” son por lejos mucho más importantes que las del “capital”, lo mejor sería abandonar cualquiera de las combinaciones entre esas palabras como una etiqueta que todo lo puede.
E. Gudynas es analista en CLAES D3E.